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Ha sido un año... complicado. Todo –bueno, casi todo– empezó el verano pasado. Anabel no se sentía bien. Algo rondaba su cabeza. Entonces tomaba topiramato, un medicamento para trastornos bipolar, del control de impulsos y de la alimentación. Le provocó una pérdida progresiva de peso. Con 36 años, se quedó en 42 kilos. Se le notaban las costillas, no tenía pecho y se sentía sola, débil, tan poca cosa... Lo pasó muy mal. Hasta que tomó una decisión. Hizo las maletas y, el 6 de agosto de 2024, dejó su casa en Huétor Tájar, Granada, e ingresó en la Comunidad Terapéutica de Salud Mental Sur que el hospital San Cecilio gestiona en el viejo Clínico.
Ella sabía perfectamente que, una vez dentro, tendría que quedarse un mínimo de seis meses. El máximo son dos años. Ya se lo habían explicado. Es una unidad de atención hospitalaria de media y larga estancia para personas con trastornos mentales graves. Quería recuperarse. Según la coordinadora del centro, Carmen Ontiveros, «estaba comprometida, dispuesta a hacer todo lo que estuviera en su mano para conseguirlo» Su buena actitud ha hecho que en diez meses haya recibido el alta, casualmente, el mismo día que la comunidad terapéutica cumplía 25 años.
Fue este pasado miércoles. El 4 de junio, en el 2000, se inauguraba en Alfacar un centro que atendería a quienes habían salido de los manicomios, prohibidos a finales de los ochenta. Eran los «locos» del pueblo hasta que se integraron. Pero dos décadas después, en marzo de 2021, se trasladó a la capital, a unas instalaciones más modernas y amables, con un gran patio interior con zonas verdes donde fue el acto oficial. Los preparativos han durado semanas, pero esa mañana estaba todo listo y pudieron celebrar la asamblea de las diez y media.
Anabel
Usuaria de la Comunidad Terapéutica de Salud Mental Sur de Granada
El encuentro es en la sala de ocio, donde reina un círculo de sillas. También hay máquinas de ejercicio vascular, pero la verdadera tentación son el futbolín y la mesa de ping pong. Cada uno puede contar lo que quiera, preguntar, reflexionar o simplemente escuchar. No es obligatorio asistir. Anabel no se la perdió. «Es mi último día. Me voy feliz, orgullosa de haberme realizado como persona, de ser más autónoma, más capaz, fuerte. Gracias a todos los que trabajan aquí, compañeros, profesionales, incluidos celadores y limpiadoras. ¿Los más pequeños? ¡Los más grandes! Gracias», compartió la joven.
Pero para llegar hasta aquí Anabel ha tenido que trabajar mucho, muchísimo. El aterrizaje fue forzoso. «Cuando entré me sentí un poco acorralada, muy pequeña. Entrar en un hospital de este modo, para una estancia prolongada, fue un poco drástico para mí. Pasé un periodo de adaptación, fue muy intenso, pero superé muchos obstáculos», admitió. Ocupó una de las habitaciones de hospitalización. Hay 21, además de 30 plazas de día. Una de estas la ocupa María.
Ella, María, lleva cinco años aquí. «Tengo trastorno bipolar y tomo medicación, pero tengo altibajos y a veces tengo que ingresarme. Me sentía muy sola, pero he conocido compañeros que me entienden», dijo agradecida. Con ellos comparte más que terapia. Salen a tomar café, incluso cervecillas, van a la playa, a ver exposiciones de pintura y al karaoke, que les encanta. Esto también ha sido parte de la rutina terapéutica que ha seguido Anabel entre la terapeuta ocupacional, el psiquiatra, su psicólogo, enfermeros y trabajadores sociales, entre otros.
Alberto Descalzo
Psicólogo de la Comunidad Terapéutica de Salud Mental Sur de Granada
Aunque para los profesionales la rutina no existe. «Aquí siempre ocurren cosas. Gestionamos la cotidianeidad de los pacientes, no es simplemente terapia. La rehabilitacion implica todas las áreas de su vida. Algunas personas tienen poco margen de mejora y puede ser frustrante, pero cada pasito es también muy gratificante», explicó el psicólogo Alberto Descalzo. Lo más bonito, según él, es ver que salen con un proyecto y habiendo mejorado los problemas que tenían.
A día de hoy, hay gente «muy joven, muy recuperable». En ese proceso, «los enfermeros no destacamos por llevar grandes aparatajes ni vías, sino por nuestra presencia, el acompañamiento, la empatía. Detrás de la enfermedad hay una persona. Algunas han perdido todo contacto con su entorno. Son muchas las familias rotas», aseguró la enfermera coordinadora de Salud Mental, Ana Calderón. Contaba Anabel que ella no tiene familia, solo un amigo, Antonio. «A él se lo debo todo».
La comunidad terapéutica es un medio para que personas con problemas de salud mental graves recuperen la estabilidad psicopatológica y, sobre todo, su autonomía. Talleres de lavandería, de cocina, desenvolverse en medios de transporte, manejar su dinero, la medicación... Anabel ha superado la prueba. Los últimos dos meses incluso se ha 'independizado' en el piso de entrenamiento. Está encima de la sala de ocio y permite prepararse para volver a la vida cotidiana.
Esta chica está lista, aunque dejar todo eso atrás le emociona. Aquí se crean relaciones muy intensas. Muchas personas la han ayudado a salir de lo que parecía un pozo sin fondo. Mientras se despedía de ellas, sus ojos brillaban como nunca. Lo hizo en el patio, bajo un sol radiante, mientras el coro se arrancaba con Carolina, de M-Clan. Sara, otra usuaria, tocaba el violín y compañeros como José Fernando entonaban la canción. Los presentes seguían el ritmo con palmas.
Manuel Reyes
Psiquiatra y gerente del hospital Clínico San Cecilio de Granada
Incluido el gerente del Clínico San Cecilio, Manuel Reyes, psiquiatra que ha hecho muchas guardias aquí. «Hace 25 años era complicado crear algo nuevo. A la vista está que se ha hecho muy bien. Se sigue progresando. Ha llegado el momento de volver a pensar qué hacemos con la salud mental», comentó. Por su parte, el delegado de Salud, Indalecio Sánchez-Montesinos, se dirigió a los usuarios:«Esa capacidad de superación, de salir adelante, es lo que nosotros tenemos que aprender vosotros».
Esta comunidad terapéutica es una burbuja que escapa del bullicio de avenida de Madrid. Ajenos al tráfico, todos disfrutaron del 25 aniversario, del que fuera el último día de Anabel. Cuando estuvo firmado el alta, agarró los papeles y salió corriendo. Saludaba con las manos a quien se cruzara en su camino. Al llegar a la puerta, paró en seco. Suspiró. Y sonrió. Lo había conseguido. Había recuperado la autoestima, estaba preparada para ser independiente. Por fin, vuelve a ser ella.
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